La música y la utilidad de lo inútil

«Osamu Shimomura, premio Nobel de Química en 2008, vio un día una medusa y se dio cuenta de que era fluorescente. Dedicó 20 años de su vida a investigar por qué, hasta que finalmente consiguió aislar una proteína verde que hoy es el principal marcador de las intervenciones y pruebas que se realizan y que fue una revolución en medicina. ¡Pero nadie le habría dado dinero para que pudiera responder a la pregunta de por qué aquella medusa era fluorescente! Nietsche explicó perfectamente el elogio de la lentitud: si quieres grandes resultados, es imprescindible la paciencia».

Esas palabras las pronunció el recientemente fallecido Nuccio Ordine, profesor de literatura y escritor especializado en arte del período renacentista, en una entrevista compartida con Fabiola Gianotti, Directora General del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) y que publicó el País Semanal el 21 de agosto de 2021 (registro en la web requerido). Ordine, es autor de un maravilloso ensayo que lleva por nombre «La utilidad de lo inútil» (Ed. Acantilado, 2013) de subtítulo «Manifiesto». Ha muerto a los 61 años y no podrá recibir el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades que debería serle entregado en octubre de este año.

«La utilidad de lo inútil» se estructura en tres bloques:

  1. La útil inutilidad de la literatura y el resto de las artes (entre ellas la música).
  2. El enfoque mercantilista de la enseñanza en lugar de la formación de personas.
  3. La glorificación de la posesión material por encima de la espiritual

Mientras escribía este artículo encontré una conferencia que impartió en BBVA, en el ciclo «Aprendemos juntos», con el título de «La utilidad de lo inútil en nuestra vida«. Os pongo el link pues, aunque larga, merece la pena reflexionar acerca de lo que en ella explica y que viene a ser un resumen del libro.

La anécdota referida al principio sobre Shimomura y su medusa, ejemplifica la ceguera de los gobernantes al enfocar la educación, también en algunos casos la investigación, en términos económicos basados en la productividad y el cortoplacismo. Es de esta manera que se van suprimiendo de la educación de las nuevas generaciones materias tan importantes para la formación de las personas como lo son la filosofía y el arte, específicamente la música.

Fabiola Gianotti es la primera mujer nombrada Directora General de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) cargo que ocupa dese enero de 2016. Gianotti se doctoró en Física de partículas experimentales en la Universidad de Milán el año 1989. Durante el bachiller estudió griego antiguo y latín, así como los diez años de la carrera de piano, lo que la convirtió en una pianista consumada. En una entrevista concedida en 2017 a la revista Jot Down, le preguntaron si tenía tiempo para tocar o escuchar música y esa fue su respuesta:

«Escucho música todo el tiempo. La música es un componente esencial de mi vida y creo que mi educación musical tuvo un fuerte impacto en mi carrera científica. La música te enseña creatividad, rigor y disciplina, algunas de las virtudes que necesitas en la investigación científica. Hay fuertes vínculos, en mi opinión, entre la física y la música. ¡Podríamos hablar de cómo la música conecta con la física y las matemáticas eternamente! Desafortunadamente, no tengo mucho tiempo para tocar ahora. Además, soy muy perfeccionista, y me frustra no ser tan buena como era cuando tenía veinte años, pero, en general, la música siempre está conmigo.«

No me voy a referir en este artículo a la música bajo el prisma de la creatividad sino a los beneficios de una educación musical orientada al desarrollo de la escucha activa. Recuerdo cuando mis hijos iban a la escuela y eran atormentados con el aprendizaje de la flauta dulce, también llamada de pico, tormento que tenía la propiedad transitiva. No quiero hablar de esto. La música como asignatura desapareció de los planes educativos durante el franquismo, no siendo hasta 1990, con la LOGSE, cuando se afrontó la tarea de conciliar los estudios generales con las enseñanzas artísticas. Con el cambio a la LOMCE en 2015 la música pasó a ser una asignatura opcional y desapareció de los planes educativos. En la actualidad, con la entrada en vigor de la LOMLOE, más conocida como la «ley Celaá», de 1º a 3º de la ESO es obligatorio incluir al menos una asignatura del ámbito artístico: Música, Plástica o Educación Visual y Audiovisual.

¿Por qué es necesaria la educación musical desde bien temprana edad?

«Los cerebros de los niños se desarrollan en períodos llamados períodos críticos. De esta manera, el primero ocurre alrededor de los 2 años, y el segundo ocurre durante la adolescencia. Al comienzo de estos períodos, el número de conexiones sinápticas entre las neuronas se duplica.»

Los niños de dos años tienen el doble de sinapsis que los adultos. Debido a que en estas conexiones entre las células cerebrales es donde ocurre el aprendizaje, el doble de sinapsis permite al cerebro aprender más rápido que en cualquier otro momento de la vida. Las experiencias de los niños en esta fase tienen efectos duraderos en su desarrollo.

Este primer período crítico del desarrollo del cerebro comienza alrededor de los 2 años y concluye alrededor de los 7 años. Citado en ¿Qué pasa en el cerebro de un aniño/a de 2 a 7 años?

La educación en este período debe tender más a la amplitud de desarrollos que a la profundidad en alguno de ellos. También es el momento de inculcar la mejora basada en el esfuerzo y no en la creencia de valores innatos. David Epstein argumenta que «las personas que prosperan en un mundo que cambia rápidamente son aquellas que primero aprenden sobre múltiples campos y piensan de manera creativa y abstracta. Conocida es la anécdota del par de regalos que recibió Einstein en su niñez cuando tuvo que guardar cama por enfermedad. Mientras que su padre le regaló una brújula, su madre le obsequió con un violín y le apuntó a clases de música. Su segunda mujer se enamoró de él oyendo como interpretaba Mozart con su violín. En una ocasión declaró que «la música de Bach y Mozart posee la misma claridad, simplicidad y perfección arquitectónica que buscaba en sus propias teorías.»

Percibimos más información a través del oído que de la vista. La memoria auditiva se aloja en el lóbulo temporal, zona compartida por los distintos lenguajes, tanto idiomas como lenguaje musical. Los lenguajes aprendidos en este período que va de los 2 a los 7 años, quedan almacenados permanentemente. Es el momento en que el cerebro humano tiene la mayor capacidad de aprendizaje y por tanto de fijar las conexiones sinápticas que determinarán sus capacidades futuras.

Enseñar a un niño, tanto en esta fase como en las posteriores, a disfrutar de la música con una escucha activa tiene muchas ventajas. Evidentemente estamos hablando de música compleja. No me estoy refiriendo a música que puede ser simplemente oída y sin necesidad de ningún esfuerzo intelectual. Recordemos que a mayor esfuerzo, mayor satisfacción. Los niños y niñas que crecen escuchando música, está demostrado que tienen un aumento en la capacidad de memoria, atención y concentración.

Los beneficios de escuchar música

La música provoca reacciones comparables a las que generan estímulos placenteros y necesarios para nuestra supervivencia como especie, tales como la comida o el sexo. La música nos entretiene pero también puede llegar a proporcionarnos placer, a emocionarnos.

Un artículo publicado por Carmen Agustín, bióloga, neurocientífica y profesora de la Universidad de Valencia, nos cuenta en la revista National Geographic la forma en que un equipo del investigador Robert Zatorre, de la University de Montreal, quien dice que todo el cerebro está dedicado a la música, examinó a fondo la base neural de estas reacciones corporales:

«En uno de los estudios, los investigadores pidieron a los voluntarios que llevasen al laboratorio música que les produjese escalofríos, una reacción habitual frente a ciertas melodías. Sus hallazgos apuntan a que esta reacción corporal, la de sentir escalofríos al escuchar música, se asocia con la activación de la llamada vía mesocorticolímbica, un circuito cerebral que desemboca en el núcleo accumbens (un grupo de neuronas del encéfalo), y que se activa cuando los animales nos encontramos con estímulos asociados a la alimentación y la reproducción. Además, los investigadores comprobaron que cuando las personas escuchaban música placentera se producía un incremento del neurotransmisor dopamina en el núcleo accumbens, lo que indica el valor reforzante de este tipo de estímulos, es decir, de su valor como “premio” que refuerza los comportamientos de búsqueda y consumo de los mismos. También estimula la producción de oxido nítrico, una sustancia vasodilatadora; la liberación de serotonina; y ayuda a reducir los niveles de cortisol, la hormona responsable del estrés y la ansiedad.

«Finalmente, los investigadores comprobaron que en las personas que disfrutan de la música hay un gran acoplamiento entre la actividad de la corteza auditiva, localizada en el lóbulo temporal del cerebro; la corteza frontal, implicada en procesos cognitivos; y el núcleo accumbens. Mientras que aquellos que no disfrutan demasiado de la música, este acoplamiento se ve reducido.»

Aunque puede sonar contradictorio, es verdad que algunas personas disfrutan escuchando canciones tristes. Esto es debido a otra hormona, en este caso la prolactina, segregada por nuestro cerebro cuando sentimos tristeza para producirnos un sentimiento de consuelo. Yo mismo tengo una lista pública en Spotify en la que, bajo el título de Sad Music, voy incluyendo temas tristes que escucho de un tirón cuando lo necesito. Empecé no hace mucho y de momento solo incluye 37 temas que pueden verse incrementados con vuestras sugerencias.

Conviene diferenciar entre oír y escuchar. A pesar de la cada vez mayor confusión acerca del uso del verbo escuchar, es preciso utilizar la palabra precisa asociada a cada acción. Así, cuando escuchamos, estamos prestando atención a lo que oímos mientras que, cuando oímos, no estamos prestando ningún tipo de atención: oímos un ruido, oímos algo parecido a una queja, mientras que escuchamos un discurso, un debate, una sonata o una sinfonía.

Cuando escuchamos, es decir cuando prestamos atención y por tanto usamos nuestro intelecto, necesitamos concentrarnos en el mensaje, en lo que se nos está contando. Si no hacemos esto, estaremos oyendo música, no escuchándola.

La música es percibida por el oído, que la trasmite al cerebro donde es procesada, y sus vibraciones también son captadas por el resto de nuestro cuerpo, principalmente la piel, órgano sensorial por excelencia. No es lo mismo escuchar música con auriculares que hacerlo en directo o con un buen equipo de alta fidelidad, aunque se nos llame boomers a los que tengamos esta costumbre.

No toda la música requiere del intelecto para su disfrute de la misma manera que no dedicaremos el mismo esfuerzo para mirar bloques de viviendas que para entender la arquitectura de una catedral gótica, el museo Guggenheim de Bilbao, o la Capilla Pazzi. Podemos leer o realizar cualquier actividad mientras oímos música simple, que disfrutaremos por su poder evocador: un lugar, un tiempo, un momento de nuestra vida o las noches en que desarrollamos nalgas y rodillas perreando, pero no podemos leer y escuchar de forma activa al mismo tiempo una sinfonía o una sonata, por poner un par de ejemplos. O no nos enteraremos de lo que nos dice el libro o no sabremos lo que nos dice la música.

Daniel Barenboim, virtuoso pianista, excelente director de orquesta y, por encima de esto, enorme persona, en su libro «La música despierta el tiempo» , (Ed. Acantilado, 2023), nos explica que «el espacio ocupado por el sistema auditivo en el cerebro es menor que el que ocupa el sistema visual y que, a pesar de ello, el neurocientífico António Damásio afirma que el sistema auditivo está mucho más cerca de las partes del cerebro que regulan la vida y que son la base de las sensaciones del dolor, placer, motivación y otras emociones fundamentales. Asimismo, las vibraciones físicas que dan como resultado las sensaciones sonoras son una variación del sentido del tacto: cambian el cuerpo de modo directo y profundo, mucho más que las estructuras de luz que dan lugar a la visión. El sonido es un elemento que penetra físicamente en el ser humano y que no podemos controlar como ocurre con la visión al cerrar los ojos. También nos recuerda que el sonido se desarrolla en el feto al cuadragésimo quinto día de la gestación. Para no extenderme, una de las funciones del oído consiste en ayudarnos a recordar y rememorar, lo que implica que no sólo constituye un vínculo esencial con la memoria, sino que nos obliga a realizar esa función utilizando el pensamiento (un joven recuerda mientras que un anciano rememora). La memoria es algo que acude de inmediato en nuestra ayuda, mientras que la rememoración sólo puede producirse mediante la reflexión y el esfuerzo del individuo.»

La repetición es fundamental en el aprendizaje musical, incluida la escucha. No podemos comprender una pieza musical compleja con una sola audición, cosa que sí podemos hacer, si tenemos un oído entrenado, con una canción que tiene una duración en torno a los tres minutos. La audición repetida de piezas cortas en nuestras playlists, radios o discotecas, consigue fijar las melodías en nuestra memoria. Obtenemos placer de su escucha e incluso podemos disfrutarlas mientras hacemos otras actividades. Existen canciones y álbumes magníficos y de gran mérito artístico, aunque no hayamos tenido que hacer un gran trabajo intelectual para disfrutarlos. Recordemos que a mayor dificultad, mayor satisfacción.

Es irrefutable que nos gusta aquello que conocemos. Eso es así desde que nacemos. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué los niños nos piden una y otra vez que les contemos el mismo cuento y por qué nos corrigen cuando introducimos alguna variación u omitimos alguna parte, ya sea un grito, gesto o palabra? Al niño (empleo el genérico para incluir ambos sexos) le gusta ese cuento y su versión concreta disfrutando al escucharlo una y otra vez. De la misma manera, obtenemos más placer escuchando las piezas musicales que conocemos que no las novedades. También preferimos las novedades de los cantantes o grupos que conocemos. Cuanto más lejos esté una composición musical de la música que nuestro cerebro ha marcado como «me gusta», más rechazo provocará en nosotros: formas musicales distintas, timbres, coloraturas, duraciones, ritmos y un largo etcétera. Introducir un nuevo elemento en nuestra playlist cerebral requiere un esfuerzo que será mayor cuanto más alejado esté de nuestro catálogo. «No me gusta la ópera», «no soporto el flamenco» o «me aburre el blues» son algunos ejemplos. A veces podremos esforzarnos mucho y no conseguir ningún avance; a mí me ocurre con el reguetón, y eso que entiendo la letra casi mejor que la de una ópera rusa.

De las virtudes de la escucha activa, de cómo realizarla y de sus consecuencias positivas, sin importar la edad en que la iniciemos, escribiré en mi próximo artículo. Quería hacer un artículo corto incluyendo también esa parte, pero no hay manera.

Una muestra de la capacidad de la música para conseguir casi lo imposible, la tenemos en el cometido de la West-Eastern Divan Orchestra, formación creada por el propio Barenboim y el filósofo palestino Edward Said con jóvenes promesas musicales de procedencia israelí, palestina, árabe y española. Barenboim, judío nacido en Buenos Aires y con nacionalidad argentina, española, israelí y palestina, nos cuenta en su libro la forma en que se gestó la orquesta, y cómo en el año 2004, el expresidente andaluz Chaves facilitó su sede permanente creando la Fundación Barenboim Said en Sevilla, que se nutre de fondos de la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía. En 2005, la West-Eastern Divan Orchestra dio un concierto en Ramala que fue un acontecimiento histórico de alto contenido simbólico. Daniel Barenboim dirigió, ante un público de dirigentes políticos comprometidos en el proceso de paz, la Sinfonía concertante KV 297b de Mozart, la Quinta Sinfonía de Beethoven y las Variaciones Enigma de Elgar. Para conseguir que a los músicos israelíes se les autorizara a entrar en Cisjordania se les concedió un pasaporte español, válido sólo para la duración del concierto, a través de las gestiones de los políticos españoles Moratinos y Zapatero, tal como explica el propio Barenboim de forma detallada.

Para concluir, hago referencia al libro «Instrumental» del pianista británico afincado en España James Rhodes, subtitulado «Memorias de música, medicina y locura». Él mismo explica en la contraportada del libro: «Me violaron a los seis años, me internaron en un psiquiátrico, fui drogadicto y alcohólico, me intenté suicidar cinco veces y perdí la custodia de mi hijo. Pero no voy a hablar de eso. Voy a hablar de música, porque Bach me salvó la vida y yo amo la vida».

James Rhodes es ahora un eminente concertista. La «ley orgánica de protección a la infancia frente a la violencia», que entre otras cosas amplía el plazo de prescripción de este tipo de delitos, lleva su nombre (Ley Rhodes) por sus aportaciones en el proceso de elaboración, siendo bautizada así por el político Pablo Iglesias.

Cuando un conocimiento nos salva la vida, no podemos hablar de esa disciplina como algo inútil. ¿Existe algo más útil que la propia vida? ¿Podemos declarar como inútil aquello que nos produce una capacidad de emocionarnos hasta unos niveles insospechados?

Continuará…

PD: Como siempre, valoraré mucho tus comentarios. Si lo prefieres, no es necesario que cumplimentes tu dirección de correo al incluirlo. Gracias por haber llegado hasta aquí; tienes un mérito encomiable.


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4 comentarios en “La música y la utilidad de lo inútil

  1. No conocía la historia de Shimomura y me fascinó! Como generalista apasionado de lo (no tan) inútil no podría estar más de acuerdo con la reflexión.

    Solamente añadir que, en mi opinión, hay muchísimo que aprender también de la música hecha para ser «simplemente oída». Hay muchos hits de masas con un montón de miga que escuchar. A veces detrás de una composición simplona se esconde una producción interesante e intelectualmente estimulante (alguien que no esté familiarizado se sorprendería de la cantidad de esfuerzo y maestría que hay detrás de un sonido de bombo, de una mezcla de voces o de una buena masterización). Creo que la clave está en mantener ese agnosticismo intelectual que permita dejar a cada uno estudiar su propia medusa fluorescente.

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    • Muchas gracias Ricard por tu comentario. Te confieso que lo esperaba y me alegra que no hayas encontrado, a menos que tu educación te impida decírmelo, nada grave en lo que hace referencia a toda la parte cognitiva, de la que tanto tú como Adrián me podéis dar sopas con ondas.

      Al respecto de tu comentario sobre el valor de la música simple, el apelativo se refiere a la simpleza en la audición que no en la de su producción. Canciones de 3 minutos contienen un trabajo de producción enorme que requiere no únicamente técnica sino inspiración; podríamos llenar páginas con un glosario de tecnicismos. Conocer este trabajo nos da una mayor comprensión del esfuerzo, normalmente no desarrollado por el/los artista/s, que ha significado poner esa obra en el mercado. Esa producción ayudará sin duda alguna a popularizar esa música si, además, dispone de una melodía, un ritmo o un mensaje que nos guste. En mi caso particular, valoro algunas de las producciones actuales aunque no las utilice para emocionarme en mi escucha activa. Concretamente me es muy útil la suscripción al canal Youtube de Jaime Altozano, un joven con un gran equipo detrás, que disecciona y divulga desde música del Renacimiento a música Indie, Techno, Reggaeton eso sí, siempre que tengan algo destacable. Su video sobre la producción musical del último álbum de Rosalía es antológico. Entiendo que alguien interesado en los pormenores de elaboración de una base o acompañamiento musical, puede disfrutar con la creatividad o calidad de un sonido determinado y que intelectualmente estimule a quien reconozca este esfuerzo. La producción, en la música moderna, siempre ha existido. «Walk on the wilde said», no sería lo mismo sin el doble bajo añadido por el bajista de estudio Herbie Flowers en su grabación (le costó 20 minutos). Pero incluso un gran tema como éste, puede ser comprendido en unas cuantas audiciones y no requiere un excesivo esfuerzo intelectual. Nos agrada y nos da placer, y si alguien es capaz de gozar con la melodía, la interpretación, el acompañamiento y la letra, estará preparado para comprender edificios más complejos que le darán una satisfacción completamente distinta. Muchas gracias por leerme Ricard. Un fuerte abrazo.

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    • Muchísimas gracias Ángela. Tu comentario compensa sobradamente las horas invertidas en estas reflexiones que sirven para poner algo de orden en mi cabeza y que me gusta compartir con vosotros. Me has hecho feliz. 🤗

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