
El primer contacto que tuve con Werner Herzog fue viendo la película de 1972 Aguirre, la cólera de Dios, una obra apoteósica dirigida por él. Lo que más me impresionó en aquel momento fue la interpretación de Klaus Kinski, realmente delirante. Me convertí en un fan de Herzog, de quien a partir de entonces he visto prácticamente toda su irregular filmografía. Fitzcarraldo (1972) fue otra magnífica colaboración entre Herzog y Kinski. En 2004, Herzog publicó el diario de su filmación, que me apresuré a leer. El libro se llama «La conquista de lo inútil» y es un diario alucinante sobre lo que fue el rodaje. Pues bien, hecha esta introducción, vamos al lío.
Herzog estuvo en Japón, le preguntaron a qué personaje le gustaría conocer y su respuesta fue que al teniente Hiroo Onoda (rechazó verse con el Emperador), penúltimo combatiente en rendirse en la Segunda Guerra Mundial, en el año 1974, 29 años después de que finalizara la contienda. Herzog le conoce y escribe una novela contando los motivos de su resistencia así como los avatares de su supervivencia. Es su primer libro en formato novela. Así como en Fritzcarraldo primero filma la película y después escribe un libro, aquí se queda en esto último, porque en vez de filmar la historia, lo hace el director francés Arthur Harari, prácticamente desconocido por estos lares. Al parecer se conocieron en 2017 en Cannes y charlaron sobre Onoda y supongo que también de otras cosas. El 6 de mayo se estrenó en España «Onoda, 10.000 noches en la jungla» y, llevado por mi interés en Herzog, me dispuse a ver los 173 minutos que dura el resumen de su hazaña (por suerte no fueron los 29 años), con el añadido de una tertulia previa hablando principalmente de Herzog. Al finalizar la proyección, su libro, que lleva por nombre «El crepúsculo del mundo», estaba a la venta en el vestíbulo. Libro y película coincidentes en el tiempo. Pura casualidad. La película, está estructurada a modo de diario, igual que según dice la crítica sucede con el libro. Herzog y sus diarios.
¡ATENCIÓN! TODO LO QUE SIGUE A CONTINUACIÓN ES UN DESTRIPE (spoiler es de antiguos).
Onoda no sobrevivió 29 años él solo en la isla de Lubang en la Filipinas como dice la publicidad de la película. Empezaron unos cuantos, la mitad murieron víctimas de una intoxicación y Onoda se quedó con tres soldados. Transcurridos 5 años, uno es abatido en un tiroteo con unos campesinos a los que estaban robando arroz (después de 5 años se habían quedado sin stock). De los dos que quedaban, uno se entrega a los filipinos pues como no paran de recibir mensajes de que la guerra se ha acabado, el va y se lo cree. Así que nos queda la parejita. Los intentos para convencer a Onoda de que la guerra se ha acabado, se multiplican. En una ocasión llega una comitiva entre los que se encuentran el padre y el hermano del teniente, cuya misión es hacérselo comprender una vez más. Utilizan altavoces. Onoda y su compañero los observan y concluyen que son actores muy bien disfrazados que quieren tenderles una trampa.
En este punto os preguntaréis ¿pero cómo pueden ser tan cretinos? No son cretinos. Son militares que llevan al extremo el concepto del honor. En un salto atrás (flashback para los antiguos) de la peli, su superior, Taniguchi, le lanza un discurso de estos que dan los mandos japoneses en las pelis de guerra, a un palmo de la cara del interpelado, con cara de enfadado, muy enfadado, con las cejas enarcadas, un ojo más abierto que el otro y chillando como si no hubiera un mañana , para contarle en qué consiste su misión (pon cara de japonés enfadado mientras lo lees y si puede ser en voz alta, muy alta): «¡Sólo tú sabrás que actúas con gloria! ¡No esperes ninguna recompensa! Aquí está nuestro último secreto: la única recompensa de la guerra secreta, es la ¡integridad! Es gloria sin gloria. Gloria secreta. ¡Tienes absolutamente prohibido suicidarte! Puede tomar 3 o 5 años, pero pase lo que pase ¡volveremos a por ti! ¡Volveremos! Si tienes que vivir de coco, ¡hazlo! ¡come raíces! ¡come tierra! ¡Pero sobrevive a toda costa! » Vale. Entonces, sabemos dos cosas: 1) es una guerra secreta (organizar la resistencia en la isla) 2) tienen que sobrevivir porque volverán a por ellos y sólo su superior le puede decir qué debe hacer. La guerra secreta no ha concluido.
Pero regresemos al momento de la emboscada familiar fallida. Cuando hartos de predicar en la selva se va toda la comitiva, los dos desertores de la paz se acercan al que fue su campamento y recogen periódicos, revistas y ¡oh! un transistor Sony modelo TR-620 como el de la foto.

Y ahora viene lo mejor de la película. Ya en la cabaña el compañero de Onoda oprime el botón de encendido en un momento de gran inspiración y la radio habla. Maravillados, la cuelgan de la cabaña y Onoda, en otro gran momento de imaginación científica dice que hay que ahorrar baterías, oprime el botón de apagado y encendido, y la enmudece. ¿Sabéis la inteligencia que hay que tener para deducir que el mismo botón que enciende sirve para apagar? En una de esas noches radiofónicas, están muy atentos y nerviosos oyendo la transmisión del alunizaje del Apolo XI. Es decir, los EEUU que están en guerra con Japón deciden gastarse la pasta en irse a la luna donde no hay japoneses que liquidar. ¡Recórcholis!, va y se apaga la radio en medio de la función. Onoda, que es más listo de lo que parece, afirma que se ha acabado la batería. ¿Cómo van a quedarse sin saber si los americanos pisan la Luna o les estalla el módulo lunar? Salen precipitadamente de su escondrijo, y se acercan a lo que no sabemos si es un poblado, o un Lubang-Express, buscan entre cajones y el listo de Onoda, que debe venir del futuro, da con una linterna que sabe abrir para extraer la batería que casualmente es del mismo tamaño y voltaje que la de la Sony TR-620. A pesar de lo lejos que debe estar el Lubang-Express de la recóndita madriguera de los japoneses, llegan a tiempo de escuchar como Amstrong pisa la Luna. Entonces, el 20 de julio de 1969, 25 años después de llegar a su destino, Onoda sigue acompañado aunque será por poco tiempo pues unos pescadores le dejan sin compañía al liquidar con arpones al que fue su compañero de piso. Onoda estuvo pues como máximo cuatro años solo, no 29.
No os voy a hablar de como la ropa de Onoda conserva un grosor que ya quisieran las chaquetas que venden ahora ni de como ganan color en vez de perderlo. El mismo fenómeno ocurre con su gorra. Tampoco hablaré de cómo conserva una dentadura perfecta.
En esto, llega un chaval turista a la isla, que le anda buscando pues ha sabido de su existencia, y se granjea su confianza. El chico, dice tener tres objetivos antes de morir: encontrar a Onoda, ver un Koala y encontrar al Yeti. Onoda le dice que la única persona que puede hacer que abandone la isla es su superior Taniguchi, así que el chico regresa al Japón, localiza al Tani, que trabaja en una librería, y le cuenta su conversación con su ex subordinado. Tani ni se acuerda de él. El chico le enseña una foto. Ya en la siguiente escena, Tani y el chico están en una tienda de campaña en Lubang y Onoda se acerca. En un momento que se supone emocionante, el Tani le lee un documento en tono majestuoso en el que le ordena terminar con sus actividades.
Y llegamos al final. En el plano aparecen un helicóptero, autoridades filipinas, campesinos, Taniguchi, un montón de personajes que despiden a su ilustre invitado y por supuesto nuestro héroe. Pero vamos a ver… Onoda se va con la misma chaqueta, las mismas botas (no hemos hablado del material de ese calzado hiper-resistente), sin pegarse un baño, y las autoridades le hacen los honores sin presentarle una demanda por haberse cargado unos cuantos campesinos y una campesina. Se eleva el helicóptero y vemos el rostro de Onoda mirando la isla absorto en sus pensamientos. Hubiera estado bien que Werner Herzog y Arthur Harari nos los hubieran contado. Quizás estaba rumiando si las baterías de la Sony le servirían para el Amiga 500.